Celebraciones del tiempo: Explorando el vínculo entre las fiestas tradicionales y los ciclos estacionales. Imágenes de varias celebraciones tradicionales.

Celebraciones del tiempo: Explorando el vínculo entre las fiestas tradicionales y los ciclos estacionales

Descubre la fascinante conexión entre las fiestas tradicionales y los ciclos estacionales, desde sus orígenes ancestrales hasta su significado actual.

Incluso los que hoy en día estamos muy alejados de las labores agrícolas o ganaderas, nos preocupamos por saber cuándo vendrá o no el buen tiempo (sea lo que sea el buen tiempo). Resulta lógico pensar que esta preocupación ha tenido que ser mucho más intensa en sociedades con ganadería o agricultura de subsistencia, ya que conocer las estaciones era crucial para su supervivencia.

Es evidente que nuestros antepasados, que no eran menos inteligentes que nosotros, fueron capaces de apreciar la regularidad de los ciclos estacionales y calcularlos marcando días especiales como festividades. No podemos saber cuál fue el origen de estas fiestas, ya que se han ido heredando de cultura en cultura, pero vamos a intentar rastrear las más significativas hasta donde podamos.

Invierno, cuando el sol renace

Entre las fiestas de invierno, la más celebrada siempre ha sido el solsticio. Este es el punto marcado por la noche más larga del año y el día más corto (alrededor del 21 de diciembre). Es fácil establecer una analogía según la cual el sol recupera su vigor y «revive» en estas fechas. Los celtas celebraban la fiesta de Yule y en Roma las saturnales (del 17 al 24 de diciembre) consagradas a Saturno, momento en el que era tradicional el reparto de regalos.

Sin embargo, para el establecimiento de la Navidad, es mucho más importante el dios Mitra. Un dios de origen védico (donde era un dios menor) que pasó al zoroastrismo persa y de aquí lo tomaron los soldados romanos que lo convirtieron en su dios principal. La leyenda de Mitra cuenta que mató un toro (dios primordial) cuya carne se convirtió en pan y su sangre en vino. A partir de aquí se celebraba el ágape mitraico (mizd; missa en latín, maza en griego). Supuestamente, se consumían estos alimentos para conmemorar la última cena de Mitra con sus discípulos, antes de ascender a los cielos.

En el 307 a.C. Mitra se convirtió oficialmente en «Protector del Imperio» y el «Natalis Solis Invicti«, cuyo nacimiento era celebrado el 25 de diciembre. La tradición cristiana reconoce que San Juan Crisóstomo, en un sermón dado en Antioquía el año 386, se refiere al 25 de diciembre en estos términos: «[…] no hace diez años desde que este día fue claramente conocido para nosotros, pero él ha sido familiar desde el comienzo para aquellos que moran en Occidente […] los Romanos, quienes lo han celebrado por un largo tiempo, y de antigua tradición, y han transmitido el conocimiento de él a nosotros.» Esto sitúa el 386 como el año en que se estableció la fecha de la Navidad.

Sin embargo, nos consta que el papa Julio I (f. 352) fue quien instauró la Navidad como fiesta oficial, por lo que tuvo que ser antes del 352. En cualquier caso, en el 449 el papa León I estableció esa fecha como una de las principales fiestas de la Iglesia católica. Posteriormente, el emperador Justiniano la declaró fiesta oficial del imperio en el 529.

Primavera, la explosión de la vida

Según nos acercamos a la primavera, proliferan las celebraciones. Los celtas tenían tres festividades: Imbolg o Imbolc en febrero, Ostara o Eostre en marzo y Beltane en mayo.

En Roma se celebraban las lupercales, en conmemoración de la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Se trataba de un festival con un alto contenido sexual y licencioso, que no fue bien visto por la Iglesia Católica y que le costó mucho desmontar. Finalmente, la celebración de las lupercales dio como resultado las fiestas de La Candelaria y San Valentín, que se explican al final de este artículo.

La festividad más representativa y significativa de la primavera siempre fueron los carnavales. De origen babilónico, tenían su equivalente mediterráneo en las dionisíacas (Grecia), las bacanales (Roma) y las fiestas de Osiris (Egipto). Todas ellas marcaban el comienzo de la primavera, lo que hoy en día conocemos como Semana Santa, que se corresponde con la primera luna llena después del equinoccio de primavera. La Pascua cristiana se establece en el domingo siguiente a esta luna llena y es el punto a partir del cual (sumando o restando días) se establecen el resto de las festividades religiosas católicas.

Según Beda «El Venerable»De Temporum Ratione«) la palabra ‘Pascua’ deriva de Ostara o Eostre una antigua divinidad germánica de la primavera. Ostara o Eostre parece estar relacionada con Astarté que según el mito babilonio surge del huevo caído del cielo. Astarté es el nombre griego de esta importante diosa a la que los sumerios conocían como Inanna, que pasa a ser Ishtar para los asirios y babilonios; Astartu para los acadios; Athirat en el panteón ugarítico; Asera para los amorreos y cananeos; Astarot para los israelitas; Asertu para los hititas y que cambia su nombre a Tanit en la época cartaginesa. Los fenicios extendieron su culto por todas sus zonas de influencia.

Imagen de un conejo y huevos de Pascua.

Hablando de conejos y huevos

En las celebraciones celtas de la primavera tenía una parte importante el conejo, como símbolo de la fecundidad. Los druidas portaban un huevo como emblema sagrado de su fe. La procesión de Ceres, en Roma, era precedida por un huevo. En los misterios de Baco se consagraba un huevo como parte de la ceremonia festiva.

Para cerrar el ciclo de la primavera tenemos las fiestas de principios de mayo, que proceden de la fiesta celta de Beltane (La Diosa Madre). Las celebraciones tenían como símbolos a Rhiannon (la yegua blanca) y a Bloddeuwed (la lechuza de cara blanca), ambas eran conocidas como la «Reina de Mayo«. También era costumbre elegir reinas de belleza para hacerlas pasear en procesión por los campos propiciando la fertilidad. Los católicos convirtieron estos rituales en las «Vírgenes de Mayo«.

Verano, protegiendo la cosecha

Las fiestas más significativas del verano tienen que ver con la Virgen de Agosto y las Hogueras de San Juan.

Los celtas tenían la fiesta de Litha en el solsticio de verano (alrededor del 21 de junio) y en esta fiesta encendían hogueras, saltaban por encima de ellas y después se lanzaban al agua. Todo esto formaba parte de un ritual de purificación.

En el año 380, el emperador Teodosio prohibió cualquier ritual que no fuera cristiano (Edicto de Tesalónica); pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. Como no podían terminar con estas costumbres, optaron por cristianizarlas. En el caso de la fiesta de Litha, echaron mano del santoral para elegir a San Juan Bautista,  que se creía que había nacido en esa fecha, y el ritual pasó a ser las “Hogueras de San Juan”.

La festividad de la Virgen de Agosto (La Ascensión) procede de las fiestas que se celebraban en Grecia y Roma en honor a Hécate-Diana-Artemisa, «diosa de la Luna y Reina del Cielo», cuyo objetivo era evitar las tormentas. Esta fiesta coincide con el momento en que se oculta la estrella Spica de Virgo (Alfa Virginis) que ya no se volverá a ver hasta el 9 de septiembre (Natividad de la Virgen). Ese momento se conoce como el Orto helíaco de Alfa Virginis, que significa la primera aparición por el horizonte este de la principal estrella de la constelación de Virgo.

Otoño, los dones de la naturaleza

La fiesta más destacada en otoño es Todos los Santos, también conocido como Halloween. En el mundo celta también se celebraba la víspera del 1 de noviembre el Samhain, fiesta que marcaba el final del verano y de las cosechas. En esa noche se creía que el dios de la muerte hacía volver a los muertos, permitiendo de este modo que los vivos se comunicaran con sus antepasados. Los romanos tenían una fiesta similar en honor a Pomona, diosa de los frutales, el olivo y la vida.

El Papa Bonifacio IV, consagró el «Panteón de Agripa» al culto de la «Virgen y los mártires» el 13 de Mayo del 609, comenzando así la fiesta para conmemorar a los santos anónimos. En el siglo IX, el Papa Gregorio III cambió la festividad del 13 de mayo al 1 de noviembre, haciéndola coincidir con la antigua fiesta del Samhain y el festival de Pomona. Otro ejemplo más de cómo la Iglesia integraba en el calendario cristiano las festividades paganas que no podía erradicar.

Halloween en la tradición española

Halloween es una palabra inglesa formada por “hallow”, forma en desuso para referirse a los santos, y “eve” o “even”, que es una forma para referirse al final del día. Por ello, el término original sería “Hallows’ Eve”. Esta festividad aparece en Estados Unidos en 1840 con la llegada masiva de inmigrantes irlandeses, pero no se celebra masivamente hasta 1921 y se extenderá a otros países en las décadas de 1970 y 80.

Mucho antes de que Halloween se hiciera popular, en España ya existía la tradición de perforar e iluminar calabazas. Aunque esta tradición se fue perdiendo, se conoce su existencia desde la Edad Media. Muchas casas se decoraban con ollas, botijos, calabacines y calabazas, a las que le hacían agujeros para simular una cara con ojos, nariz y boca; también se introducía una vela o luz dentro con el objetivo de invocar espíritus protectores y asustar a los no deseados. Las calabazas y otros elementos, como botes, cacharros de barro e incluso cráneos de animales, también se empleaban como recipientes para portar las velas en procesiones nocturnas a los cementerios, como el Ritual de las Ánimas de Soria, en los que estas luces tienen la función de guiar a los muertos hasta el cementerio.

La Candelaria, San Valentín y los problemas de la cristianización

Beda «El Venerable» reproduce una carta del Papa Gregorio I a San Agustín, en la que el Papa le sugiere que convertir paganos es más fácil si se permiten conservar las formas exteriores de sus prácticas y costumbres paganas tradicionales, mientras que modifica esas tradiciones espiritualmente hacia el “dios verdadero” en vez a sus dioses paganos (el Papa se refiere a estos como “demonios”), «al punto que, mientras que algunas satisfacciones exteriores les sean permitidas, pueden consensuar más fácilmente la consolación interna de la gracia de Dios.»

Ya sabemos que el cristianismo fue extremadamente intolerante con los paganos; se impuso a golpe de decretos imperiales, violencia, saqueos y miedo a los castigos. Aun así tuvo muchos problemas para erradicar fiestas tradicionales que ya formaban parte de la vida cotidiana de la población. La Candelaria y San Valentín son dos ejemplos muy claros.

De las lupercales a San Valentín

Lupercalia, óleo sobre lienzo de Andrea Camassei.  Madrid, Museo del Prado. Dominio público, en Wikimedia Commons
Lupercalia, óleo sobre lienzo de Andrea Camassei. Madrid, Museo del Prado. Dominio público, en Wikimedia Commons

Como herencia del calendario romano, el mes de Febrero estaba consagrado a la diosa Juno Februata o Juno Februa. Su fiesta era celebrada el 14 de febrero. Ella era la diosa de la «fiebre de amor”, así como de las mujeres y el matrimonio. En su fiesta, los hombres solteros participaban de una especie de «lotería» tomando pequeños billetes de papel puestos en un recipiente. En esos papelitos estaban escritos los nombres de las mujeres solteras de la comunidad. La pareja resultante de esta peculiar lotería formaba una relación temporal durante los juegos eróticos que tenían lugar mientras duraba el festival. Esta celebración era conocida como «Lupercalia«.

Lupercus era el protector de los pastores y sus rebaños y las lupercales se celebraban como homenaje a la loba que amamantó a los gemelos Rómulo y Remo. En los templos erigidos en honor a Lupa, servían sacerdotisas que eran llamadas «Reinas» o «Lupae». Ellas actuaban como meretrices sagradas y, con los ritos celebrados en la Gruta de la Loba, creían asegurar la fertilidad de los campos durante todo el año.

En el 494 el Papa Gelasio renombró las Juno Februata (lupercales) como la “Fiesta de la purificación de la virgen María” e instauró en su lugar La Candelaria, que se celebra el 2 de febrero. Parece ser que esto no paró todas las celebraciones de las lupercales, así que, finalmente, en el 496 volvió a instituir el 14 de febrero como festivo y le asignó el nombre de San Valentín. La Iglesia había descubierto que podía intentar controlar cómo y qué se celebraba, pero era muy difícil acabar con la celebración.

Lectura adicional sobre tradiciones populares

2 comentarios

    1. Muchas gracias Lola por tu comentario.

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