Escuchar y oír no son lo mismo

Escuchar y oír no son lo mismo

Escuchar y oír no son sinónimos, por mucho que se empeñen algunos periodistas. Es raro el día que en las noticias no sale alguna conexión en directo donde, ante alguna dificultad técnica con el sonido, el periodista desplazado lanza la pregunta a sus compañeros de redacción: “¿Me escuchas?”. Veamos lo que los expertos tienen que decir al respecto.

Diccionario de la RAE

En la versión digital de la RAE podemos leer:

oír. 1. ‘Percibir por el oído o lo que [alguien] dice’. […] Debe escribirse con tilde para marcar el hiato; es, por tanto, incorrecta la grafía sin tilde oir.

escuchar. 1. ‘Poner atención o aplicar el oído para oír [algo o a alguien]’:«Recuerdo que escuché su revelación con horror» (Chávez Batallador [Méx. 1986]); «El psicoanalista […] escuchó a Carlos Rodó sin impaciencia» (Millás Desorden [Esp. 1988]). Por tanto, la acción de escuchar es voluntaria e implica intencionalidad por parte del sujeto, a diferencia de oír, que significa, sin más, ‘percibir por el oído [un sonido] o lo que [alguien] dice.

Instituto Cervantes

Transcribo a continuación fragmentos del artículo ESCUCHAR U OÍR de su sección ‘Museo de los horrores’, donde denuncian el maltrato a que es sometida nuestra lengua española.

Es cierto que las lenguas cambian, y es lícito y loable que lo hagan cuando aportan novedades o creaciones poéticas o expresivas. Lo que nunca debe aceptarse sin más es la pérdida de significado sin obtener nada a cambio: ni precisión, ni variedad, ni belleza.

Ese es el caso del uso abusivo de escuchar en lugar de oír. Un caso de imprecisión que, como muchos otros, quizá no proceda de ignorancia o dejadez, sino de pedantería.
[…]
El español posee dos verbos (procedentes de los latinos audire y auscultare) con significados diferentes: oír y escuchar. Según indica el Diccionario de la lengua española de la Real Academia oír significa ‘percibir con el oído los sonidos’ y escuchar, ‘aplicar el oído para oír, prestar atención a lo que se oye’.

Para oír no se requiere la voluntad, para escuchar sí. Para no oír hay que taparse las orejas, para no escuchar basta no prestar atención, pensar en otra cosa. Para oír es suficiente un oído sano y un sonido perceptible, para escuchar se necesita premeditación.

En muchas ocasiones se dice con la más inocente intención: No te escucho. Cuando, probablemente, lo que se pretende decir es que no se percibe bien el sonido, sin tener en cuenta que No te escucho significa: ‘no quiero oír lo que dices’, ‘no me interesa saber qué quieres comunicarme’, ‘no deseo poner atención en tus palabras… no existes para mí’.

Sería más claro, e infinitamente más educado, decir: No te oigo. A menudo, en un acto público, el conferenciante duda sobre la potencia de su voz o la eficacia del micrófono y pregunta: ¿Se me escucha bien? En ese caso, la respuesta del público entregado podría perfectamente ser: Escucharse se escucha, pero lo que es oír… ¡no se oye nada!, porque escuchar depende de la voluntad de las personas y oír de la calidad del oído o la acústica del local.

Los ‘dardos’ de Fernando Lázaro Carreter

Como ya hice recientemente en este blog, en el artículo relacionado con las faltas de ortografía en los medios escritos, recurro a don Fernando Lázaro Carreter para profundizar en este tema. Defensor como nadie del idioma, siempre supo hacer una crítica mordaz del uso incorrecto que de él hacían los periodistas, por lo que en su serie de “dardos” no podían faltar referencias al mal uso de los verbos escuchar y oír. He seleccionado dos que, aparte de ser esclarecedores, derrochan humor e ironía.

«Chuzos sin punta»

Hemos padecido -no sé si aún- la pedregada cósmica. En mi tierra zaragozana, llamamos pedregada a lo que el castellano nombra granizada, palabra, sin embargo, que no vale para esto de ahora; ni siquiera, aunque más enérgico, el nombre pedrisco, ya que, según el diccionario, es «el granizo grueso que cae de las nubes en abundancia y con gran violencia». […]

Y sin embargo, aun a riesgo de equivocarme, aventuraré otra suposición (evito por humildad llamarla hipótesis). Y es que, cada vez que por radio o televisión se emplea, por ejemplo, escuchar en vez de oír, el dios del idioma -ésta es prueba de su existencia-, chuzo que te cascas. Lo expongo con la incrédula pretensión de que se intente de una vez no confundir estos dos verbos, tan útiles, seguro de que, apenas se diferencien, cesará esta lapidación aterida. (Desconfío, sin embargo: un sujeto que se declaraba «nalfabeto», dijo anoche -cualquier noche- varias veces aquello de «Fina, ¿me escuchas?»; la neutralización de oír/ escuchar forma ya parte del «nalfabetismo» nacional).

Fernando Lázaro Carreter. «Chuzos sin punta» (El nuevo dardo en la palabra. Febrero 2000).

«Parejas de hecho»

¿Quién dijo que los comentaristas deportivos son los más porfiados agresores con que cuenta el idioma? […] Lo expliqué hace años, y ahí sigo: desde el latín vulgar, la desnutrición idiomática prefiere lo largo a lo corto. Se van constituyendo así estas parejas de hecho (incidente / accidente, crédito / credibilidad), y otras aún más risibles, por ejemplo la que, en televisión, ilustraba hace pocos días imágenes de un desastre fluvial, capturadas, según decía aquel bello busto, ‘por nuestras cámaras’. Añadamos, pues, a las anteriores la mixtura: capturar / captar. […]

Y podemos recordar algunas que, lejos de esfumarse, engordan. Escuchar / oír constituyen mi mayor desengaño; emprendí hace mucho una cruzada contra la confusión, y no he podido con la conjura de infinitos radiofonistas, destructores del distintivo entre ambos verbos, esto es, de la nota ‘con atención’ que aporta escuchar. Se puede oír sin escuchar y, a la inversa, se puede escuchar sin oír apenas cuando, por ejemplo, se escoña -está en el Diccionario- la megafonía, y se hacen vanos esfuerzos por enterarse. Y así: ‘¿Me escuchas, Mara?’ (ciento veintidós veces cada noche) exige la respuesta: ‘Sí, pero no te oigo; ¿hablas desde un móvil?’. (Mejor, la invención de Umberto Eco: telefonino).

Fernando Lázaro Carreter. «Parejas de hecho». (El nuevo dardo en la palabra. Septiembre 2002)
Fernando Lázaro Carreter
Fernando Lázaro Carreter

«Quien habla y escribe mal, piensa mal, poco o nada.»

Es muy recomendable la lectura de los dos libros editados con la recopilación de sus ‘dardos’: «El dardo en la palabra» (1997) y «El nuevo dardo en la palabra» (2003).

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