Cuando hace unos días se difundieron diversas noticias acerca de las faltas de ortografía en las pruebas de oposición para profesores, hubo un gran revuelo y todo el mundo se echó las manos a la cabeza ante semejante descalabro. ¿Los actuales o futuros maestros y profesores de nuestros hijos cometen faltas de ortografía?
La verdad, no sé a qué viene tanta sorpresa. El menosprecio por seguir las más elementales normas en el uso del lenguaje es un mal que viene de lejos. No solo maltratamos el idioma cuando hablamos sino también cuando escribimos; no se trata solamente de utilizar bien el vocabulario -al que también sometemos a múltiples desatinos- sino de ser fieles a las normas de gramática y ortografía.
He publicado recientemente un artículo sobre diversos soportes de escritura utilizados desde la antigüedad, destacando la importancia de la letra impresa como medio para difundir la cultura y perpetuar nuestros pensamientos. Sin embargo, en ese artículo se debería haber mencionado también el soporte digital, con todas sus variantes, pero destacando especialmente el blog.
Internet dijo: «Hágase el blog»
Hace años, tener una página web o hacer publicaciones online no estaba al alcance de la mayoría. Pero ahora todo el mundo puede tener un blog para escribir sobre lo que le gusta, compartir sus conocimientos, vender un producto o servicio, publicar noticias,… las posibilidades son infinitas. Pero no todo el mundo asume la responsabilidad de que no sólo se trata de que el mensaje de fondo cumpla el objetivo que se pretende al escribirlo, sino de que la forma también sea la correcta. Hay que tener en cuenta que hay un gran porcentaje de la población que solamente lee publicaciones digitales, por lo que las incorrecciones ortográficas y gramaticales que se cometen se extenderán y perpetuarán hasta que se conviertan en norma: “todo vale,… da igual,… a nadie le importa,…” Pues bien, a mí sí me importa.
No puedo evitar sentir enfado y me sonrojo cada vez que veo una ‘errata’ (en este saco se suelen meter no solo los errores tipográficos, sino también faltas de ortografía y errores gramaticales). Nadie es infalible, lo sé, pero precisamente por eso debemos tomar las medidas que sean necesarias para evitar cometer errores cuando escribimos. En la mayoría de los casos bastaría con dejar reposar el texto durante un tiempo (como la paella) y hacer una segunda lectura en voz alta. ¿Las excusas más habituales?: “No tengo tiempo,… ha sido cosa del corrector ortográfico,… el ‘predictivo’ me ha jugado una mala pasada,…” etc. Estamos de acuerdo, las prisas por difundir la publicación lo antes posible, confiar en exceso en los correctores electrónicos, el copia-pega utilizado sin control, pueden ser la causa de los errores. Pero también se percibe un gran desconocimiento de las reglas ortográficas, o desinterés puro y duro. Algo que llama la atención es el uso de las tildes y los signos de puntuación, ya que parece hacerse de forma totalmente arbitraria (“Creo que he puesto pocas comas y tildes…. ¡Voy a poner algunas!”).
Como se puede ver, llevo bastante tiempo sufriendo en silencio a causa de estos desmanes y por fin me he decidido a poner por escrito mi opinión acerca de un tema tan espinoso. Sí, yo también me he unido hace unos meses a la horda de blogueros que pululamos por la red de redes con mayor o menor fortuna.
El detonante ha sido un artículo que he leído hace unos días sobre marketing digital y experiencia de usuario. Estaba escrito en el blog de una empresa de reciente creación que ofrece servicios de diseño de páginas web, copywriting, campañas de telemarketing,… y en el título del artículo ya tenía la primera falta de ortografía, bien es cierto que es una de las más comunes: escribir ¿Porqué? sin tilde ¡La primera en la frente! En fin, respiré hondo, decidí darle una oportunidad y seguí leyendo. El fondo del artículo estaba bien, me gustó el mensaje que transmitía y si lo hubiera expuesto de forma oral habría convencido a sus potenciales clientes… pero estaba escrito con poca corrección gramatical y con numerosas erratas
Lamentablemente este no es un caso aislado. ¿Cómo es posible que alguien, que se dedica o quiere dedicarse de forma profesional a escribir textos que inspiren o instruyan a otros, muestre tal despreocupación, desidia o simplemente ignorancia sobre el idioma? Si yo estuviera buscando a un profesional para potenciar mi negocio y leyera ese artículo… seguiría con mi búsqueda en otro sitio. Este es un ejemplo muy concreto, pero no hay más que leer los textos que salen a diario en portales de noticias, redes sociales -¡ay las redes sociales!- y blogs temáticos de cualquier índole para encontrar numerosos atropellos, varapalos y desatinos hacia nuestra lengua. Y lo que hace más grave la situación es que muchos de esos textos están escritos por autores que detentan [sí, utilizo el verbo ‘detentar’] un título universitario, algunos en Periodismo.
No pretendo dar clases de ortografía y gramática a nadie, sería una osadía y una temeridad por mi parte, soy solo una bloguera aficionada que escribe por vocación y por el mero placer de hacerlo.
Para esa labor, recupero el buen saber y hacer de don Fernando Lázaro Carreter (Zaragoza, 1923-Madrid, 2004), quien ya percibió hace más de 40 años el maltrato al que estábamos sometiendo a nuestro idioma.
He extraído algunos fragmentos de los magníficos artículos que escribió durante casi treinta años y que se recopilaron en dos libros: “El dardo en la palabra” (1997) y “El nuevo dardo en la palabra” (2003).
“Un grave factor de perturbación en ese enojoso trance de calificar, tanto exámenes como ejercicios de clase, lo constituyen las faltas de ortografía, que saltan de repente aun en los escritos de estudiantes aceptables. No he hecho este año un cómputo estadístico, ni lo publicaría por respeto a mis alumnos. Por lo demás, es defecto tan generalizado que analizar los resultados en un pequeño grupo minimizaría el problema. El cual presenta síntomas muy alarmantes desde hace algunos años. Se ha producido, efectivamente una distensión en la exigencia individual y social en este punto, y estamos alcanzando un ápice de incultura ortográfica difícilmente superable.”
De ortografía – El dardo en la palabra (1976)
“El descuido en la corrección ortográfica a que nos referíamos en el artículo anterior, no afecto sólo a los escolares en sus privados y nerviosos ejercicios de examen, sino que se manifiesta de arrogante en los medios de difusión. Hace algunos meses, la televisión lanzó a las pantallas un aprobechamiento sin el mejor rubor. Y los periódicos nos afligen constantemente con errores graves, hasta en los titulares. […] Hay que buscar el motivo real de la vigente desidia en el difundido convencimiento de que la corrección ortográfica no sirve para nada. […] Vista desde otra perspectiva, la convención ortográfica es un gran bien, pues constituye uno de los principales factores de unidad de la inmensa masa humana hispanohablante. […] No es, pues, bueno el sistema de arruinar la convención ortográfica que nos une, y menos por desidia o ignorancia.”
Desidia ortográfica – El dardo en la palabra (1976)
“Afirmábamos en los dos artículos precedentes que una suerte de menosprecio rodea hoy a la ortografía. El descrédito social que se seguía en tiempos no muy lejanos para quien cometía faltas, se ha trocado hoy en indiferencia. Hasta dentro del sistema educativo han perdido importancia: muchos profesores piensan -hay honrosas excepciones- que la instrucción ortográfica, la corrección y, en su caso, la sanción de los errores son de incumbencia exclusiva de quien enseña español, y que las equivocaciones cometidas al escribir en otras disciplinas no son valorables. Olvidan una máxima que deberían grabar en su responsabilidad de enseñantes, y es la de que todo profesor que enseña en español es profesor de español.”
Ortografía y rigor – El dardo en la palabra (1976)
Para finalizar, un fragmento de su dardo “Escritura electrónica”, cuyo texto completo puedes leer online.
“[…] se está produciendo una regresión del lenguaje, la cual, lejos de enmascarar la necedad ingénita, va a potenciarla. Muy pronto tendremos tontos inalterados, puros, como de manantial. Y los habrá también reciclados, restituidos a su condición en cuanto se adapten a la posmodernidad, cuyo ariete es Internet. Figurarán entre ellos muchos que conversan con conocidos o desconocidos por pantalla, valiéndose de un lenguaje pretendidamente universal, escueto y económico, aunque, por ahora, muy simple. Supongamos que el hablante avisa a su conectado o conectada que interrumpe hasta pronto la comunicación: BFN le dirá, esto es «adiós por ahora» (Bye For Now). Y si es que el conectado o conectada lo ha obsequiado con un chiste desternillante, hará que su módem electrifique el siguiente mensaje; ROTFL literalmente «rodando por el suelo muerto de risa» (Rolling on the Floor Laughing). Pero si no llega a tanto y se queda en la carcajada, pulsará LOL (Laughing Out Loud), la cual, caso de que sea larga, podrá reiterarse como LOL LOL LOL esto es, traducido libremente, ¡ja, ja, ja! […] Pero, cuando el lenguaje de Internet se provea de estos signos y de tres o cuatro expresiones más, desplazará con ventaja al esperanto, y valdrá para escribir en cualquier lengua.”
Escritura electrónica – El nuevo dardo en la palabra (1999)