Me entretuve demasiado para un mes de julio y ya estaba muy avanzada la mañana cuando volvía de uno de mis paseos. El sol caía inclemente, mi cuerpo pedía agua con urgencia y me atacaba una sed rabiosa. Había estado dando una vuelta por las ‘Cuestas’ con la intención de regresar al pueblo pasando por la fuente Mora, a la que llegaría siguiendo la senda de ‘La Solana’. Esta senda, también llamada de ’El Huerto del Fraile’, transcurría entre piedras y marañas con irregular trazado; cruzaba sombras de álamos, encinas y ciruelos, para luego a pleno sol seguir más llana, eso sí, bordeada de enormes cardos que como guardianes la flanqueaban y estrechaban de tal forma que, en cada paso que daba, debía tener mucho cuidado para no clavarme alguno de sus afiladísimos y secos pinchos.
En cierto momento, destacando por encima del murmullo del arroyo, comencé a escuchar unas voces que, por momentos crecían en fuerza y acritud. Aceleré mi marcha por entre los cardos y al fin llegué a la fuente, justo para contemplar una teatral escena que en un principio me pareció cómica, pero enseguida percibí que tenía aires de tragedia. Me olvidé de mi sed y los pinchos de cardo.
Vi que, junto al largo pilón, rebosante de fresca y atrayente agua, había tres personas de las que la mayor abría una enorme navaja con inquietantes sonidos metálicos, onomatopeyas de al menos siete ’muelles’: ¡clic!, ¡clic!… Con ella firmemente empuñada se dirigía a los otros dos:
– ¡Os voy a rajar… y luego seguís con más bromas!
– Pero Fantino, que no queríamos molestarte… -decía uno de los jóvenes que completaba el trío de actores.
– ¿Acaso os gasto bromas, yo? -Replicaba furioso, con sus ojillos inyectados en sangre- ¡Desgraciaos!
– No, pero…
– ¡Ni a vosotros ni a nadie, así que coged el camino y volved con vuestra madre, aquí estáis en peligro!
Los dos jóvenes se fueron casi corriendo mientras exclamaban:
– Este Fantino va de mal en peor, solo le hemos echado un poco de agua, y ¡es verano…!
Me refresqué la cara y el cuello, mientras bebía agua en uno de los ocho caños de la fuente Mora. También me saqué algunas de las púas que me ‘regalaron’ los cardos y por un momento quedé allí, callado, y sentado en las gastadas piedras del pilón. Miraba abstraído, el impresionante frontis de mampostería que, blasonado con el ahora deteriorado escudo imperial de Carlos I, protegía de los fríos del norte a la gente que durante cientos de años anduvo acarreando el agua de este abundante manantial.
No era el caso. Ahora el frescor compensaba los ardores de esta avanzada y veraniega mañana. Pasaron unos minutos, dominaba el relajante rumor del agua y Fantino guardó su resplandeciente faca. Entre resoplidos se iba apaciguando, mientras rezongaba:
– Estos sinvergüenzas creen que pueden reírse de mí… ¡Los mato!
– ¿Pero qué ha pasado, Fantino? -le pregunté, sin que apenas me hiciese caso- Tampoco será para tanto….
– No tienen respeto, que yo no me meto con nadie… -continuaba.
Así permaneció durante un buen rato más, hasta que por fin me dijo que esos chavales le habían mojado, que cuando se quejó no le hicieron ni caso y continuaron echándole más agua entre risas y jaleo.
Intenté quitar importancia al asunto, pero al entender que su enfado iba para largo, me tomé otro buen trago de agua, retomé el camino y tranquilamente fui subiendo hacia el pueblo.
Fantino López, todo un personaje
A Fantino le conocíamos de toda la vida, como se suele decir. No sé cuándo llegaría Fantino López por estas tierras, ni tan siquiera recordaba la gente de por aquí si nació o no en este pueblo. A lo mejor tenía algún familiar lejano, pero nunca lo supe; como tampoco sabíamos si estuvo casado alguna vez. Su existencia pasaba desapercibida, discreta, sin ninguna vida social.
Era una persona bastante peculiar, de esas que parecen tener permanentemente la misma edad. Tenía una estatura media baja, aunque no sé si sería grueso o delgado, pues tanto en invierno como en verano siempre iba vestido con mucha ropa (camisas, jerseys, chaqueta y hasta una faja de varias vueltas). Su ropa estaba muy raída, aunque sé, porque me lo dijo, que se la cosía y remendada él mismo. Era la cruel representación de esas personas de la España profunda que, con su oscura y callada existencia, nos imaginamos en blanco y negro de tan antiguas.
Además de parecer un pordiosero, tenía un talante adusto, incluso zafio, y uno se daba cuenta al momento de que había que tener mucho cuidado con este paisano. Jamás escuché que hubiese tenido broma alguna con nadie, y sus sonrisas, tan escasas como torcidas, apenas se notaban.
En el pueblo, era de conocimiento general que trabajaba como peón de albañil, o de labranza, o de lo que le saliera, pero casi nunca por aquí. Solía ausentarse por varias semanas y en algunas ocasiones le habían visto por caminos y carreteras cerca de la capital, con sus remendadas alforjas de lona al hombro, que a modo de mochila o maleta guardarían alimentos u otras pertenencias. También sé a ciencia cierta que, cuando llegaba la temporada de sacar patatas, frecuentaba la Campiña, donde trabajaba con su azadón; eso sí, siempre a su aire y sin integrarse en las cuadrillas de otros trabajadores.
En aquellos años en que mi padre ‘daba la carne’, tan solo algún día y muy de tarde en tarde, Fantino López compraba una mitad de cuarto de pescuezo, y aprovechaba para preguntar si teníamos las patas de las ovejas o de los corderos que se despachaban. Si las había, se las dábamos. Bueno, o se las vendíamos por una simbólica peseta. Y, además, siempre, siempre que nos veía por la calle a mi padre o a mí, nos preguntaba que si habíamos matado alguna oveja o lo íbamos a hacer en próximos días, ya que su devoción y debilidad era el fruto de la oveja preñada, lo que llamábamos ‘chivato’. Si lo había, se lo regalábamos y nos decía que frito o guisado de cualquier forma era lo que más le gustaba.
Su casa, para no desmerecer, también era en blanco y negro o, mejor dicho, en marrón y negro. Tras acceder a ella por la doble puerta de postigo, te encontrabas en un recibidor-pasillo, con una escalera a la izquierda, que debía subir a la sala.
Al frente algo así como un pasadizo, pues estaba atestado de sacos con bellotas, nueces, maíz, gavillas de leña, cuerdas, y otros insospechados ‘aparejos’ que llegaban hasta una buena altura, de tal forma que realmente se formaba un estrecho ‘pasillo’. Al fondo estaba la cocina, bueno, cocina porque había un fuego que servía para cocinar; por lo demás parecía una gran gruta negrísima, de fuertes olores acres e indescifrables, a humos y hollín.
Además de las llamas del fuego, la única iluminación que había allí, era la natural que bajaba por la chimenea, apenas un rayito de luz, que era absorbido por la tremenda negrura antes de llegar al suelo. Ah, se me olvidaba que de alguna parte del techo colgaba una bombilla, cuyo débil resplandor se perdía a poco más de un metro en derredor. Todas las paredes eran del más oscuro negro, pero que lustroso brillaba con el resplandor de las llamas.
Bueno, pues así transcurría la vida de Fantino López hasta que un día enfermó, ingresó en el hospital de la capital, allí fue atendido y curado. Cuando salió, unas ‘Hermanas’ le llevaron al asilo, donde permaneció internado hasta su fallecimiento poco después.
Lo singular de esta historia es que las ‘Hermanas’ como beneficiarias de la herencia de Fantino, hicieron limpieza en la casa para intentar venderla, y se encontraron con una tremenda sorpresa: cuentan, pues yo no lo sé directamente, que en diferentes escondrijos y agujeros, amén de entre los sacos, leñas, ropas y otros trastos, aparecieron paquetitos con dinero, llegando a juntar una cantidad cercana al millón de pesetas. Un auténtico gran tesoro para aquella época, inicios de la década de los 80 del siglo XX.
Me parece muy entretenido y su narración rica e interesante
Muchas gracias por comentar Jesús. Nos complace que el relato le haya gustado.
En este enlace https://www.veryleer.es/tag/relatos/ encontrará más relatos, algunos del mismo autor, que esperamos sean de su agrado.
Me ha encantado este relato!
Una historia casi real perfectamente narrada.
Gracias!!
Gracias por tus comentarios Norka, nos alegramos de que te haya gustado el relato, que está basado en un personaje real.
En este enlace https://www.veryleer.es/tag/relatos/ tienes más relatos, algunos del mismo autor, que esperamos que también te gusten.