Vitorio Cascajares López estaba en esa época indefinida de la vida llamada por algunos, con cierta ironía, ‘la edad media’; había rebasado con creces la cincuentena, aunque no era mayor. Se mantenía en forma y el paso del tiempo se notaba en los demás, no en él. Además, pertenecía al grupo de personas autodenominadas ganadoras. Con vivienda propia en el centro de la capital, buen trabajo, un apartamento en la playa de Levante de Benidorm y formando parte de un selecto grupo de amigos…
En el fondo, tras un invisible y desfigurante velo, él no se percibía como triunfador ni exitoso: había tenido muchas relaciones, pero aquellas que fueron interesantes de verdad le salieron ranas, por lo que su nivel de exigencias fue creciendo con cada fracaso, mientras en su interior se iba acumulando un poso de oscura prevención.
En ocasiones visitaba a sus padres en Briviesca, su pueblo natal; allí estaba bien, pero solo unos pocos días, tras los cuales regresaba con cierta inquietud y desasosiego: “Por no haber sido capaz de formar una familia como Dios manda”.
Luego estaba el trabajo. Casi había conseguido su meta oculta, mas, justo entonces se presenta la pandemia del ‘Coronavirus’. No es que le afectase directamente, pero al ralentizarse las actividades de la Empresa, las promociones laborales quedaron en cierto impasse. Vitorio contaba con su simpatía y atractivo personal para continuar medrando y, en estos momentos, teletrabajando desde casa se difuminaba su encanto; era uno más entre mil, como solía pensar a menudo.
Ahora, el miedo a los posibles contagios siempre estaba presente. Y así, en su permanente soledad, salvo por las tele-reuniones de trabajo y algunas escasas quedadas para tomar unas cervezas que, con las dichosas y engorrosas mascarillas, amén de las distancias recomendadas, se iban espaciando, fue transcurriendo el largo y horrendo año.
Además, Vitorio era algo hipocondriaco y desde hacía unos pocos años, vigilaba muchos aspectos de su salud, con frecuentes visitas a su médico, pruebas de lo más insospechado y multitud de análisis para controlar los indicadores de parámetros sobre colesterol, próstata, ácido úrico, hígado, etc. Escuchaba a su doctor, pero además se asomaba a Internet para confirmar los diagnósticos; aunque siempre cumplía con exactitud las pautas medicamentosas y alimentarias recetadas. Se cuidaba mucho.
Decidió que las navidades de aquel larguísimo año, las pasaría metido en su casa y totalmente solo, le importaba un comino lo que tanto se escuchaba de “salvar La Navidad”. Tan solo aceptó como una excepción enorme, y después de mucha porfía, pasar la Nochevieja en compañía de sus amigos Luis, Patricia y Verónica. Eso sí, adoptando todas las medidas higiénico-sanitarias posibles.
Estuvieron bien aquella última noche del 2020, sin más; como se dice: una noche light. Al día siguiente le pareció haberlo soñado, o incluso que muy bien podía haber estado trabajando.
A los pocos días, precisamente la tarde de Reyes, sintió algunos mareos y algo de tos seca. Colocó el termómetro en el sobaco y leyó: 38º C… “¡Vaya! a ver si voy a tener ahora ese fastidioso Covid, con todas las precauciones que estoy tomando…” – se dijo.
Llamó por teléfono a Luis para comentárselo, y se enteró de que Verónica estaba ingresada con el Coronavirus. No esperó más, se dirigió a las Urgencias del Hospital de la Princesa, que no le quedaba lejos, donde pasados los protocolos le anunciaron que estaba contagiado. Realizaron su ingreso en planta y a los dos días fue llevado a la UCI. Allí se tiró otros diez días, recuperándose bastante bien gracias al respirador mecánico y por supuesto a los excelentes cuidados sanitarios que recibió. De nuevo en planta, se dio cuenta de que había temido por lo más precioso que tenía: su vida, y pensó seriamente en buscar una pareja estable (rebajaría un poco sus exigencias).
Pasaron otros cinco días de evolución muy favorable para recibir el ALTA hospitalaria; con el informe, también le entregaron una serie de normas que debía cumplir estrictamente, así como las citas para revisión algunos días después.
¡Por fin la calle…! se sentía pletórico, había superado el Covid, estaba un poco flojo, pero bastante bien. Encaminó los pasos hacia su casa, iría andando pues no le vendría mal estirar las piernas y tomar un poco de aire de la calle. El ambiente estaba limpio gracias a los efectos de la gran borrasca “Filomena”, aunque ya apenas fuesen visibles los rastros de sus desaguisados por nieves, vientos y fríos siberianos.
O, mejor, cogería el autobús que en ese momento se acercaba a su parada al otro lado de la calle. Cruzó a buen paso para llegar a tiempo, pero un inoportuno taxi se interpuso en su camino:
– ¡¡¡PLAFFF…!!! -recibió un golpe que le derribó al asfalto, y a continuación escuchó una voz, que sería la del taxista, exclamando:
– ¡Pero hombre cómo no mira…!
Fue lo último que oyó, aunque el taxista seguía:
– Se me ha echado encima…
La gente se agolpaba alrededor.
– Cruza por medio de la calle sin mirar. Me busca la ruina…, y menos mal que solo iba a veinte o veinticinco por hora… – insistía el desconsolado taxista.
– ¡¡¡Una ambulancia!!!
– Ya da igual – dijo un supuesto doctor, mientras bajo el cuerpo de Vitorio crecía un oscuro charco de sangre…
Al día siguiente, dos trabajadores de Estadística, refiriéndose a Vitorio, decían:
– Muerte por accidente.
– En realidad ha sido por Coronavirus.
– No, no, es accidente.
– Si no hubiese estado el Covid…
Ideado y escrito por José-Martín Cuesta Rojo
San Fernando de Henares, a 12 de Febrero de 2021