Esta es una historia curiosa que encaja a la perfección con la afirmación de Mario Bunge “El conocimiento científico es a veces desagradable, a menudo contradice a los clásicos (sobre todo si es nuevo), en ocasiones tortura al sentido común y humilla a la intuición; por último, puede ser conveniente para algunos y no para otros. En cambio aquello que caracteriza al conocimiento científico es su verificabilidad: siempre es susceptible de ser verificado (confirmado o disconfirmado).”[1]
La evolución de las especies
La evolución de las especies era algo conocido desde antes del nacimiento de Charles Darwin, su propio abuelo Erasmus era uno de los pioneros en este campo, ahora bien, la publicación del “Origen de las especies” supuso la primera explicación acertada del funcionamiento del mecanismo evolutivo y, en pocos años, era algo tan admitido por los “filósofos naturales” (científicos diríamos hoy) que se creó un gran interés por desvelar las ramas evolutivas que llevaban hasta el ser humano.
Pronto se concluyó que el registro fósil podía dar dos indicaciones claras de cercanía con el linaje humano, dos características que se pueden observar en los huesos, la gran encefalización y la bipedestación; la una se puede inferir por el tamaño y forma del cráneo y la otra por la posición en la que este encaja con relación a la columna (foramen magnum y cóndilos occipitales) y el tamaño de las espinas cervicales que sirven para engastar los músculos que soportan el cráneo; cuanto más en equilibrio sobre la columna se encuentra la cabeza menores son los músculos y menores las espinas. Otro dato importante a tener en cuenta es la forma de la cadera de la que se puede inferir el modo de locomoción[2].
Como es de suponer, los “científicos naturales” de su época tenían una teoría[3] en cuanto a la evolución humana, pensaban que en el “eslabón perdido” debería observarse el aumento del tamaño del cerebro y, consecuentemente, del cráneo antes de que su mandíbula hubiera cambiado.
En 1912 se encontró en Piltdown, al sur de Inglaterra, un cráneo que poseía las características que se esperaban de «el eslabón perdido».
Pues bien, en el año 1912, en un lugar llamado Piltdown, al Sur de Inglaterra, un arqueólogo aficionado (Charles Dawson) descubrió un cráneo que poseía todas las características que se esperaban de “el eslabón perdido”, cráneo humanoide y mandíbula simiesca. Se le llamó “El Hombre-mono de Piltdown” y se le clasificó como Loantropus (Hombre de la Aurora). El “Hombre de Piltdown” era un fraude, más bien se piensa que era una broma que se le escapó de las manos al autor, pero el caso es que los científicos de la “city” defendieron el hallazgo mientras tildaban de “error” el descubrimiento que, en las “colonias”, realizó en 1925 R.A. Dart (profesor de la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo) el “Niño de Taung”, al que se clasificó como Australopithecus africanus (Mono austral africano).
El asunto es que los posteriores descubrimientos fueron confirmando que los (conocidos entonces como) Austrolopitecos estaban en el linaje humano y demostraron que lo esperable, contra la opinión de su época, era una mandíbula humanoide con un cráneo simiesco, y descubrieron que una buena forma de identificar los restos como cercanos al linaje humano era por las muelas; aún no se conocía el motivo pero si se había descubierto la regularidad. La explicación de por qué la similitud de las muelas servía para determinar la cercanía con el linaje humano llegó en los años 60 y fue tan sorprendente en sí misma como en el hecho de que, al mismo tiempo, explicaba cómo se habían podido producir los cambios morfológicos que permitieron la super-encefalización humana.
Al principio de los 60 el profesor José Antonio Valverde Gómez, primatólogo, expuso una nueva teoría[4] que sería conocida en adelante como “teoría del granivorismo”. Con los datos de una serie de investigaciones que realizó en Africa, José A. Valverde se percató de que existe un eje imaginario entre la zona temporal y la mandíbula que permanece invariable en todos los primates independientemente de la forma de su mandíbula; observó que en el hombre no se da estrictamente un aplanamiento del hocico sino una basculación, un giro en virtud del cual el hocico desciende y la parte posterior del cráneo asciende. El mecanismo por el que esto puede producirse es por un desplazamiento hacia el interior de la mandíbula de la zona principal de masticación lo que cambiaría la forma de la palanca mandibular; este desplazamiento sería mucho más eficiente en el supuesto de que se masticaran materiales duros como, por ejemplo, semillas. Se teorizó que algún periodo largo con un alto consumo de granos sin cocinar podía ser la causa de los cambios en la mandíbula y los posteriores descubrimientos han abundado en confirmar esta teoría por lo que hoy se considera correcta.
En conclusión, si observamos la morfología humana vemos que existe un abombamiento en la zona occipital que no es posible en otros primates, por falta de espacio, y que en el hombre se debe a dos causas: El bipedismo posibilita la situación de la cabeza en equilibrio sobre el extremo de la columna (sobre los cóndilos occipitales) y hace innecesaria la existencia de espinas cervicales en las que engastar los potentes músculos que sujetan el cráneo en otras especies (de hecho no tenemos los músculos necesarios para sujetar el peso de nuestra cabeza si no estuviera en equilibrio) y la basculación del cráneo, el aparente achatamiento de nuestra cara, deja espacio para el crecimiento inicial de la caja craneal en la zona occipital. Otra cuestión es cómo, cuándo y por qué se produce el crecimiento del cerebro; de momento ya tenemos el contenedor, el contenido para otra vez.
1.- Mario Bunge, “La ciencia, su método y su filosofía” pg. 21
2.- “Como consecuencia del acortamiento del campo morfogenético de la pelvis en el embrión, y de un cierto ensanchamiento que se produce inevitablemente, aparecerían una serie de rasgos en el adulto, como el acortamiento del cuerpo del pubis y el ensanchamiento del sacro y del canal del parto, que han sido generalmente tratados de forma independiente. Un canal del parto muy ancho es una desventaja biomécanica porque alarga el brazo de la resistencia en la palanca de la abducción (equilibrio lateral de la pelvis), y por eso la aparición de tal rasgo es difícil de entender aisladamente. … Para que sea posible la abducción, un mecanismo básico que hace posible la zancada, las alas ilíacas tienen que rotar, de forma que cambie la orientación de los músculos glúteos mediano y menor, pasando de ser extensores (con una línea de acción posterior) a abductores (con una línea de acción lateral). Esta rotación es posible porque … la información posicional proporcionada a las células embrionarias (por medio de las moléculas señal) es tridimensional y afecta a todos los ejes anatómicos”. [Juan Luis Arsuaga “El enigma de la esfinge” pg. 258]
3.- “Siempre operamos con teorías, aun cuando la mayor parte de las veces no nos demos cuenta de ello. Nunca debería subestimarse la importancia de este hecho. Más bien al contrario. deberíamos tratar, en cada caso, de formular explícitamente las teorías que sostenemos. Esto es precisamente lo que hace posible la búsqueda de teorías alternativas y la discriminación crítica entre una teoría y otra.” ../.. “La ciencia, podríamos decir tentativamente, comienza con teorías, prejuicios, supersticiones y mitos. O, más bien, comienza cuando el mito es objeto de desafío y se quiebra, esto es, cuando algunas de nuestras expectativas se ven frustradas” [Karl Popper “El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la racionalidad”: “Ciencia: problemas, objetivos, responsabilidades” (versión revisada de conferencia en la Federación de sociedades americanas de biología experimental 17-04-1963) pg. 114 y pg. 124]
4.- El profesor José Antonio Valverde Gómez expuso la teoría del “granivorismo” en la “Societé d’Anthropologie” de París en marzo de 1963, fue publicada en “Mammalia” en 1964 y se volvió a publicar, aumentada, en 1966 en “La Evolución”. Está teoría, sin embargo, es comúnmente asignada a Clifford Jolly (primatólogo británico) que la conoció por un amigo común, la difundió en los ambientes anglosajones y la expuso 1970 en la revista “Man”. Se disculpó por el malentendido en 1978 en una carta enviada al Profesor Valverde que no tuvo difusión. El relato de su génesis y otras explicaciones acerca de la teoría se pueden encontrar en “Hominización. Buscando nuestras raíces” José A. Valverde.